Profesionalmente llevo tres años verdaderamente convulsos. Nuevos retos y cambiantes escenarios han propiciado tensiones, esfuerzo, superación y muchas ilusiones. Pero, sobre todo, intentar dar lo mejor de uno mismo y tratar de cumplir los compromisos adquiridos. Además, aprovechar para continuar aprendiendo de los magníficos profesionales con los que he colaborado. Veinte meses con dos Due Diligence cruzadas, y los lógicos cambios provocados por su exitosa finalización, han resultado una extenuante carrera de fondo.

Ha sido un periodo de verdaderos contrastes. Hemos cooperado con diversas empresas y directivos, desde diferentes posiciones y perspectivas, lo que me ha permitido una visión bastante actualizada de la realidad de la gestión empresarial. Resulta obvio que debemos procurar una permanente formación, no acomodarnos, pero es difícil que no se vayan atrofiando algunos músculos y sensibilidades.

Durante este periodo me han llamado la atención varias cuestiones. De entrada percibo una verdadera ruptura generacional en relación con aptitudes, y algo menos en actitudes. Es como si existiera una parálisis sobre determinados aspectos de la vida profesional, que se están diluyendo en una nebulosa tormenta de anglicismos, ciega y desmedida confianza en una IA, que a determinados niveles impide la reflexión, y la progresiva minoración de valores morales. La experiencia es haberse equivocado mucho, por haber afrontado muchos proyectos e iniciativas. Si continúas en tu cómodo sofá, te equivocas bastante poco, pero tan importante como ser proactivo, es la tenacidad frente al fracaso. 

Estamos en un final de ciclo, todo se acelera exponencialmente, y si algo sufre con mayor violencia el vértigo de los cambios es la economía y el mundo de la empresa. Aumenta el nivel de exigencia, porque casi no hay tiempo para ajustarse a los cambios, los ciclos se acortan y es necesario mayor capacidad de adaptación. La próxima semana me han invitado a una breve participación en el Foro Empresa organizado por Business Plus Network, para hablar de modelos de negocio disruptivos y de estrategias de crecimiento. Siempre desde la perspectiva financiera, que algunos me dicen que es lo mío. Yo sinceramente lo dudo.

Pero si algo cuestiono, es si verdaderamente sabemos de qué hablamos cuando utilizamos palabras como disruptivo o resiliencia. Creo que a fuerza de moldear nuestro lenguaje, con galimatías del rosco multicolor, muchos términos importantísimos y cargados de fuerza y energía, van perdiendo su sentido original, su significado. Eso ocurre con disruptivo…

Creo que todos estamos convencidos de que esto de la disrupción, va muy de la mano de la innovación, y fundamentalmente de la innovación tecnológica. Por eso es importante diferenciar entre la innovación sostenida y la innovación disruptiva. Como todo en el marco empresarial, son diferentes los prismas por los que podemos abordar la cuestión.

Debemos hablar de un juego de equilibrios entre táctica y estrategia. Pudiera parecer lo mismo, pero no lo es. Vamos a diferenciar ambas perspectivas desde su perspectiva temporal. La táctica se ciñe al corto plazo y la estrategia a los objetivos de amplio alcance. Por ejemplo, si sólo vislumbramos la rentabilidad o el cumplimiento presupuestario, a lo mejor estamos descuidando objetivos a largo plazo que nos van a dificultar la consecución de un rumbo que habíamos considerado óptimo en su momento.

Escalar un negocio es un proceso estratégico que permite aumentar su tamaño y rentabilidad de manera eficiente sin que los costos crezcan de forma proporcional. Este proceso no solo se trata de aumentar las ventas o la producción, sino de optimizar los recursos, automatizar tareas y establecer sistemas que permitan que el crecimiento sea sostenible. 

El equilibrio financiero, al menos en los dimensionamientos medios de las empresas españolas, tiene más que ver con “la cuenta de la vieja” que con un análisis pormenorizado de ratios. Puede mover a la risa, pero hay muchas ocasiones en que los árboles no nos dejan ver el bosque. E insisto en el tamaño, en el dimensionamiento. Son muchos los casos donde un crecimiento no parametrizado, generalmente inorgánico, ha llevado a la quiebra a más de una compañía. Mi padre decía que se hundieron por exceso de éxito. En gran medida no le faltaba razón. Y todo ello sin hablar de que hay ocasiones donde, determinar cuál es el dimensionamiento óptimo de una firma, no sólo consolida su futuro, sino la felicidad de gran parte de sus integrantes.

Estoy convencido de que a multitud de profesionales les cuesta encajar, les cuesta combinar el área financiera administrativa, con todo lo relacionado con innovación, y sobre todo a nivel tecnológico. Es muy importante que logremos en nuestras empresas, que no nos perciban como el “departamento del NO”, los que acotan, los que aburren, los que limitan. Cada decisión en la empresa tiene implicaciones financieras, y aunque resulta una obviedad, debemos desarrollar un importante esfuerzo de comunicación para que sea percibido por todos. Posiblemente suponga nuestro principal reto, dado que como en el ejército “el valor se le supone”.

Aunque demasiado a menudo se pasa por alto, la innovación también debería ser una importante responsabilidad del departamento financiero, pero no es desdeñable el prisma financiero al acometer inversiones. Nunca olvidar que la gestión del riesgo es tan importante como el mismo crecimiento.

La dirección financiera actual debe participar y liderar la estrategia de negocio. En el siglo XXI sólo es válida una alternativa, anticiparse, y eso tan sólo se consigue con la innovación. La dirección financiera debe tener la cabeza en el futuro, el futuro es innovación, la innovación es estrategia y esta es la creciente función de la dirección financiera. Nuevas funciones, nuevos retos, pero sin perder axiomas que con la velocidad que todo lo enmarca, tienen mayor protagonismo que nunca. La caja manda, los beneficios no sirven si no generan flujo de caja. Nunca olvidarlo, que todos hemos visto lo que pasa por no dimensionar adecuadamente herramientas como la RIC.

Y aunque estamos hablando de un profundo cambio, no podemos prescindir de la lógica, del sentido común, y casi diría que del “olfato”. Contextualizar los datos, contextualizar la información, dado que si no, esos datos pueden derivar en el caos.

Una última cosa, la más importante, la palabra que no puede perder ni un ápice de su significado es lealtad. Es un valor perfectamente parametrizable y contrastable, pero, sobre todo, extremadamente valioso.

Luis Nantón Díaz