El sistema no quiere periodistas. El sistema exige bufones.

Nos remontamos al lejano neolítico cuando existía la barrera del 4º poder y su necesario papel de controlador de gobiernos y legisladores. Ya solo tenemos bufones, tan patéticos como bien pagados mercenarios.

El genial Manuel Valera hace unas jornadas escribía sobre la emblemática figura del bufón. Este “funcionario de la corte” tenía como ocupación reírse oficialmente del rey, y generalmente era el único que le decía la verdad. Los directos herederos de tan crucial desempeño ahora son los humoristas y los cómicos, pero lo hacen al revés. A los nuevos bufones las ideas les vienen desde la superioridad, no se mofan del poderoso, sino del que pretende desobedecer o cuestionar al que manda. En definitiva, cobran por custodiar la tranquilidad del rebaño y que nadie pretenda salirse del tiesto.

Pues otra profesión que desempeña sus funciones a la inversa, es la de los periodistas. De analistas con espíritu crítico, y valedores de los sanos equilibrios institucionales, se han transformado en meros “palmeros” de los políticos que los alimentan con su publicidad institucional, con su propaganda. Y quien paga manda, aunque sea con el dinero de todos nosotros.

La mayor parte de la casta política se caracteriza por la desvergüenza. Es literalmente imposible estar soltando mentiras, frases vacías y “capulladas” varias y no reírte. Sobre todo lo de las mentiras, teniendo en cuenta que contamos con una hemeroteca abultada, formidable y brutalmente esclarecedora. Partiendo de un esperpento constante, a nuestros líderes les molesta muchísimo que les hagan preguntas incómodas. Todos los días, lo “ponen a huevo” para ser amonestados, para ser criticados, pero son muy sensibles a los críticos. Realmente es más fácil condenar a los periodistas, premiar a los voceros, que cumplir con lo prometido y hacer bien su trabajo. Las élites bien pensantes no resisten el mínimo debate, la menor crítica, la más pequeña oposición a su pensamiento único. Y eso no lo soportan, no están acostumbrados a la libertad, a la libertad que aporta el debate y el contraste.

Los totalitarios del PSOE, con la inestimable ayuda y colaboración de todos los que comen de su pesebre, han aprovechado para impulsar una reforma del Reglamento del Congreso que permitirá expulsar a los periodistas que les desagradan. Ya saben que para éstos, solo hay dóciles voceros, o turbios tabloides que nadan en el fango. O aplaudes, o eres un “francopantano”. Concretando, la aborrecible medida determina que será el poder político de turno, desde ahora y con base en su íntima y especial sensibilidad, quien decida quién es periodista, quién un ultra agitador, qué es desagradable e inapropiado y quién puede y quién no informar. Más de lo mismo, pero publicado en el BOE.

Todo este pensamiento único, que nos impide expresarnos con libertad, ha sido impuesto a golpe de decreto, y de generadores de opinión, por una élite económica que tiene en nómina salarial y doctrinal, a la mayor parte de la dócil clase política. Es fácil constatar que a lo largo de los últimos veinte años se ha ido consolidando en Europa una estructura de poder financiero que, a su vez, ha orientado la evolución política de nuestras naciones. Así, los políticos conservadores se han ido haciendo cada vez menos nacionales mientras los de izquierda se hacían menos de clase, abrazando unos y otros discursos aparentemente contradictorios, pero convergentes en las cadenas del globalismo y de la Agenda 2030.

Lo de impedir que un periodista como Vito Quiles, y otros, no puedan desarrollar su trabajo en sede parlamentaria es escalofriante. Los políticos empezaron respondiendo solo las preguntas pactadas, después negándose a responder y por último a atacar a cualquiera que no bailara su música. Hablemos claro, lo de expulsar a un tío de las ruedas de prensa por hacer preguntas incómodas a funcionarios públicos es de república bananera.

El otro día, en EL PAÍS, el periodista Daniel Gascón nos regaló una lúcida reflexión sobre todo esto. No puede ser que el poder fiscalice a la prensa, tiene que ser exactamente al revés. Esa misma jornada, otra periodista, en el mismo medio, sostuvo exactamente lo contrario y defendió la medida gubernamental. Todo eso es correcto, no hay nada como el libre intercambio de ideas. Pero ahora es cuando la cosa se pone calentita, cuando sus propios compañeros han acusado a Gascón por dar una opinión con la que discrepan, mientras lectores exigían su cabeza porque no les agradaba su opinión. Ese es nuestro día a día, sobre todo cuando a los exaltados inquisidores les ampara el anonimato. 

En un sistema tan corrompido como éste, la libertad de expresión es algo esencial. Un sistema que, mes a mes te arrebata derechos y esquilma tus bolsillos, mientras intenta anestesiarte para que creas que vives mejor, necesita de la libre información. Los que creemos en la libertad de prensa y consideramos que la libertad de expresión se defiende, entendemos que es para todos. Los ministerios de la verdad, de su verdad, el prohibir ideas, el reprimir la sana crítica, todo eso es un verdadero veneno para una sociedad libre. Entristece sobremanera ver cómo se sigue confundiendo defender la libertad de expresión para todos con hacerlo solo para unos pocos, defender el derecho de alguien a expresar ideas con defender esas ideas mismas, y, más grave, el peligro real que supone la entrega del control de la información a quien más interés puede tener en silenciarla. Por eso, defender a Vito Quiles, como a cualquier profesional, por incómodo que sea hoy, es defendernos a todos mañana.

Por ello hay que intentar mantener la calma, pero no estar en silencio. No normalicemos con nuestra pasividad y hastío todos los escándalos que diariamente aparecen de la banda de salteadores que nos gobierna. No hay nada permanente, pero es importante demostrar el rechazo. Si solo defiendes la libertad de expresión de quienes opinan lo mismo que tú, en realidad no defiendes la libertad de expresión: la atacas. Siempre dispones de la cómoda posición del bufón, o del político, tú eliges. La libertad exige sacrificios odiosos, pero la alternativa es peor.

Luis Nantón