Aportar perspectiva y datos para un tranquilo análisis, es el objetivo de estas líneas. Transparencia en la exposición, para que cada uno pueda ejercer su derecho a una sana reflexión, y sustentar su opinión. Solo deliberar sobre la inmigración masiva, desordenada e ilegal, que está modificando la sociedad occidental a pasos agigantados, y posiblemente de forma irreversible.
Una cosa son los datos y otra cosa bien diferente es el relato. Los políticos, los que aparentemente nos gobiernan, sustentan gran parte de su poder en la generación y mantenimiento de narraciones mediáticas. La matraca usualmente reiterada es que la inmigración compensa la falta de nacimientos. Eso es cierto, pero ha resultado una absoluta política de sustitución demográfica, de reemplazo poblacional. Lo lógico, como se ha insistido hasta la saciedad, hubiera sido desde hace tres décadas, propiciar auténticas campañas en favor de la natalidad, con ayudas directas y suficientes a las familias. Hubiera bastado con incentivos fiscales, con subsidios directos e indirectos, etc., para que hoy tuviéramos una generación que acabaría de cumplir los 30 años sin necesidad de alterar drásticamente la fisonomía y convivencia de nuestras ciudades.
La envergadura de los enormes cambios que conlleva la inmigración es brutal, innegable y contrastada. Nos gustaran mucho o nada, pero es indudable que tiene un gigantesco poder transformador. Si tenemos dudas, y pese al enorme aumento de intensidad del “fenómeno” en España, solo hay que analizar los hechos históricos en Europa. Se han producido los mismos acontecimientos que han llegado a España tardíamente en relación con otros países y que están explosionando en cadena. Tenemos muchas ciudades donde los autóctonos son una nueva minoría.
Los partidos etiquetados como “izquierda” han propiciado la inmigración masiva, con una acuciante miopía, con la burda pretensión de obtener una nueva clientela electoral. Las experiencias en Francia y Alemania, especialmente, les han indicado que los “nuevos europeos” llegados de África, una vez conseguidos documentos y subsidios eligen votar a quien más les promete. Aunque en países más avanzados en cuestiones de inmigración, como Inglaterra, los ciudadanos musulmanes, están votando a opciones que defienden el islam y su cultura. Ulteriormente la gente que tiene claras las cosas vota a lo “suyo”. Miren integrantes de gobiernos municipales en varias naciones europeas, y quedarán razonablemente perplejos.
Vencen porque tienen convicciones, identidad, raíces a las que agarrarse. Vienen con identidades y creencias que nos son ajenas y que no comprendemos. Pero por extrañas que sean, no dejan de ser algo, y algo importante, anclado en el tiempo y en los corazones. En cambio, nuestra concepción del mundo —esa cosa deshilachada, individualista, líquida, disuelta, blanda…— hoy no es nada. Y la Nada no puede enfrentarse a nada. El verdadero problema no está tanto en ellos. Está en nosotros. En nuestra Nada.
Por el lado de la derechita cobarde, de la derecha liberal, se han rendido a lo que podemos denominar “efecto imitación” sustentado en la sospecha de que si no evidencian rasgos de “progresismo” serán considerados “fascistas”, pero también por identidad con el movimiento neoliberal y con los principios de la Agenda 2030. Llevan 30 años con este esperpento, y seguirán haciendo el ridículo, cediéndole una autoridad moral a los “pijoprogres”, que todos buscan, y de la que todos carecen.
El sistema te vende que la inmigración ha sido “positiva” para el país desde el punto de vista económico. Es una enorme mentira, y no es una opinión, son matemáticas. La inmigración ha constituido para nuestra nación, una aberrante sangría económica camuflada por “estadística macroeconómica”: resulta evidente que cuantos más inmigrantes arriban a España, más se incrementa el PIB… que mide el movimiento económico. Pero ese volumen generado por la inmigración no supone un mayor volumen de riqueza y crecimiento global, sino un mayor número de subsidios que se traducen, por una parte, en un mayor aumento del consumo (las subvenciones y pagas revierten en el consumo y todo esto genera impuestos que van a parar a la Hacienda Pública), pero genera asimismo un desproporcionado aumento de la presión fiscal. Lo que resulta determinante como medida del progreso de un país, no es el PIB, sino el aumento de la riqueza, medido por el PIB per cápita.
La mayor parte de las cifras aportadas por el Gobierno están falseadas, o maquilladas. Valorar las luces y las sombras del fenómeno de la inmigración masiva y descontrolada es algo complejo, aunque día a día son más patentes los innumerables desajustes y desequilibrios que genera. A la hora de valorar los costes que implica el fenómeno, no basta con reducirlos a sanidad, vivienda y educación, ni contemplar solo el IVA/IGIC proporcional a la inmigración, sino también los gastos de control de fronteras o los cuantiosos subsidios a las redes clientelares que han convertido el tráfico de personas en un boyante negocio. No olvidemos los desorbitados costes judiciales, de albergues y residencias, y de manutención de ilegales, los subsidios directos, los que afectan a los MENAS, los traslados por todo el territorio nacional, etc. Tenemos el derecho a denunciar que la inmigración constituye una de las losas más pesadas para nuestra economía y uno de los principales factores que justifican la increíble presión fiscal.
Claro que hay muchos inmigrantes que han venido a trabajar. Negarlo es ser mezquino, y no ser agradecido. Pero aquí afrontamos múltiples vectores. Desde nuestro vecino marroquí que vacía sus presidios, mientras desarrolla una soterrada colonización, o los diferentes gobiernos que mercadean con su gente como pieza de cambio, al negociar con la Unión Europea. No voy a invertir tiempo en el choque social, cultural y religioso, que está suponiendo una inexistente convivencia, o en la creciente generación de guetos y zonas “no-go”. No todo es economía, pero si además cogemos la calculadora, el relato se derrite.
Sencillamente es nuestra identidad. Claramente se trata de nuestra supervivencia. No podemos continuar negando lo evidente, que constituimos una nueva minoría, por temor a que nos excluyan o cancelen. Se trata de simple sentido común. De intentar equilibrar razonablemente servicios públicos esenciales que en estos momentos están gravemente deteriorados, fundamentalmente sanidad y educación.
Tomás de Aquino decía que la única oposición viable frente a los déspotas es subordinar el gobierno a la idea de bien común. Sin ella, cualquier forma política degenera sin remedio. Una buena forma de empezar sería definir en qué consiste nuestro «bien común». Sencillamente: qué políticas nos dañan, individual y colectivamente, y qué otras políticas nos permitirían sobrevivir mejor como comunidad. Y si hay algo claro, es que las políticas de la oligarquía europea nos matan. Por consiguiente…
Luis Nantón Díaz
LA NUEVA MINORÍA
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SIEMPRE APRENDIENDO

Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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