El Papa Francisco ha liderado la Iglesia Católica durante 12 años y 39 días. Su lema “Miserando atque Eligendo”, determinó plenamente su mandato. De esta homilía de Beda el Venerable se desprende la sincera devoción de Francisco por los publicanos; y los publicanos se han volcado en unánimes panegíricos sobre su figura. Queda evidente que, con sus luces y sus sombras, era un hijo de su tiempo.
El mundo moderno está alejado de cualquier tensión espiritual, de todo lo que es trascendente o sagrado. Esta imposibilidad para comprender lo metafísico, nos aleja de lo religioso, incluso de lo ético. Sólo aspiramos a entender a la Iglesia como construcción política y a su sumo Pontífice como un político más, no como un puente de unión con lo sagrado. Bergoglio ha disfrutado de una enorme popularidad entre los no católicos, y mucho más, entre los más firmes detractores de la Iglesia. En contraposición, entre la comunidad católica, los apoyos no fueron tan uniformes. Esta sería una perspectiva política, justo la que no nos interesa, dado que la que tiene que primar es la teológica porque ésto es un pontificado. En este ecosistema, las personas consecuentes, las que viven acordes con su visión del mundo, ya no están de moda. Los fieles inquebrantables que viven y disfrutan de su Fe, suelen ser percibidos con recelo. Una vez más, recurriendo a la política, parece que los que profesan creencias o lealtades arraigadas son reaccionarios o incluso extremistas.
Desde el Concilio Vaticano II, otro fruto de su época, humanizaron tanto la cosa, que las iglesias se fueron vaciando. El cristianismo debe ser amplio, holgado, elástico, no conflictivo y sin extremismos; por eso normalizamos que se denoste nuestra cultura o se dinamiten nuestros símbolos. Asistimos atónitos a la Conferencia Episcopal potenciando la inmigración masiva con una solidaridad disfrazada de misericordia. Inmersos en esta ingeniería social, en esta demografía de sustitución, va a ser difícil volver a llenar las iglesias. Es normal que los pastores de la Iglesia modernicen su mensaje y lo adapten en la medida de lo posible a los entornos actuales y sus problemas. Pero hablamos de religión, no de política ni de planteamientos de marketing. Actualizar mensajes, poco o nada tiene que ver, con darle la espalda a lo espiritual, a lo verdaderamente sagrado. Este axioma, nos cuesta mucho menos verlo en otros credos y confesiones.
Que la curia se haya lanzado en brazos de la Agenda 2030, incluso con posturas más excluyentes que el World Economic Forum da mucho que pensar. Este papado ha sido un firme precursor de la “histeria climática” que impone insufribles losas económicas en la ciudadanía, para beneficio de unos pocos lobbies. Este Pontífice ha criticado cualquier limitación a unas suicidas políticas migratorias que han modificado el mundo que conocíamos. Desde el Vaticano se han lanzado severas advertencias sobre todos los movimientos identitarios que están ganando terreno en Occidente, desde la premisa que son extrema derecha. En la “plandemia”, desde Roma, imperó el más beligerante fariseísmo, transformando las inconstitucionales vacunaciones obligatorias en un gesto de Amor, en algo fraternal. En el particular caso de nuestra nación, el Papa Francisco alimentó la leyenda negra antiespañola y calificó la «conquista de América» que llevó el cristianismo al otro lado del océano como «un crimen». Como Jesuita, bebió de las fuentes de la Teología de la Liberación, pero esa supuesta superioridad moral de la izquierda, es algo tan desfasado como las catacumbas. Al contrario que sus predecesores nunca visitó España a pesar de las reiteradas invitaciones, aunque fue muy visitado, y siempre elogiado, por todos los líderes del Sanedrín de su Sanchidad.
Personalmente me siento más cercano al anterior Pontífice Benedicto XVI, siempre esperanzado con la unidad de la Iglesia y el diálogo en la verdad con los no creyentes y otras religiones. Ratzinger nunca buscó agradar a toda costa. En cada una de las controversias que sacudieron su pontificado, el Papa dejó pasar la tormenta, ajustando sus palabras pero sin retroceder, aprovechando la agitación para reflexionar y aclarar posiciones. Benedicto XVI logró con su pontificado una catequesis larga y sublime. En materia de liturgia, volvió a situar la cruz como epicentro del altar, para dejar claro que el centro de la misa era el sacrificio de Cristo, no el sacerdote ni la comunidad de fieles. A pesar de la importancia de la comunidad, presente en la etimología de “eclessia”. Tal vez sea más fácil para algunos imaginar un escenario más cómodo, sin pasado, tierra virgen donde arrojar la Palabra para que germine, como en los primeros tiempos. Pero eso es una ensoñación: hablamos de dos mil años de historia con la gente organizada en comunidades políticas y un pasado común construido en torno a la cruz. Nadie le pide a la Iglesia que ocupe el lugar del poder político. Lo que se le pide es que no dé la espalda a su comunidad natural.
Ninguna reordenación de la Iglesia es posible sin un previo redescubrimiento de lo sagrado. Juan Pablo II enfatizó la moralidad desde el ímpetu mientras que Benedicto XVI habló más de los sacramentos y de la teología desde la interioridad. Bergoglio, el Papa Francisco, apostó por una visión pareja a una ONG, tan respetable como discutible. Son sanas intenciones, pero un pastor debe unir y cuidar de su rebaño. De todo su rebaño.
El Papa Francisco, un hombre de su tiempo. Con el ejemplo de San Francisco de Asís marcó la pauta de su prelatura, y con su mochila vital de Jesuita, de su época y de su tierra natal, significó su legado. Un legado que desde su última pastoral el pasado mes de Octubre, conllevaba un necesario y hermoso viraje de rumbo.
En la línea de un hombre humilde, que utilizaba el transporte público durante su prelatura como obispo auxiliar de Buenos Aires, será enterrado sin ornato, sencillamente, con una lápida en la que sólo se leerá Franciscus. Hermosa imagen. Espero que en esa estética de desprendimiento no se olviden de situar la Cruz. Y que esa Cruz, bajo la que descanse en perpetua gloria, no sea nunca derribada.
Luis Nantón Díaz
UN HIJO DE SU TIEMPO
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SIEMPRE APRENDIENDO

Ante todo gracias por tu visita.
Te presento un recopilatorio de los artículos que semanalmente se publican en el CANARIAS 7, y que con auténtica finalidad terapéutica, me permiten soltar algo de lastre y compartir. En cierta medida, de eso se trata al escribir, de un sano impulso por compartir.
La experiencia es fruto directo de las vivencias que has englobado en tu vida, y mientras más dinámico, proactivo y decidido sea tu carácter, mayor es el número de percances, fracasos, éxitos… Los que están siempre en un sofá, suelen equivocarse muy poco…
Y, posiblemente eso sea la experiencia, el superar, o al menos intentarlo, infinidad de inconvenientes y obstáculos, procurando aprender al máximo de cada una de esas vivencias, por eso escribo, y me repito lo de siempre aprendiendo, siempre.
Me encantan los libros, desvelar sus secretos, y sobre todo vivificarlos. Es un verdadero reto alquímico. En su día, la novela de William Goldman “La Princesa Prometida” me desveló una de las primeras señales que han guiado mi camino. La vida es tremendamente injusta, absolutamente tendente al caos, pero es una experiencia única y verdaderamente hermosa. En esa dicotomía puede encontrarse ese óctuple noble sendero que determina la frase de aquel viejo samurái: “No importa la victoria, sino la pureza de la acción”.
Como un moderno y modesto samurái me veo ahora, en este siglo XXI… siempre aprendiendo. Los hombres de empresa, los hombres que intentamos sacar adelante los proyectos de inversión, la creación de empleo, los crecimientos sostenibles, imprimimos cierto carácter guerrero a una cuestión que es mucho más que números. Si además, te obstinas en combinar el sentido común, con principios, voluntad de superación y responsabilidad, ya es un lujo.
Si también logramos inferir carácter, lealtad y sobre todo principios a la actividad económica, es que esa guerra merece la pena. Posiblemente sea un justo combate.
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